CAPÍTULO I
Segunda parte
Reconstruyendo el origen de la vida
Básicamente la hipótesis de Opariny Haldane indicaban que, en la Tierra primitiva, la atmósfera era fuertemente
reductora, rica en metano, amoniaco e hidrógeno. En esa época, la luz solar,
altamente energética (ya que no existía la capa de ozono), y la energía de las
descargas eléctricas propiciarían la recombinación de esas moléculas,
formándose compuestos orgánicos que se irían acumulando en los mares y océanos
de la primitiva Tierra hasta que surgió un conjunto que podía alimentarse de
las otras moléculas del entorno, dando comienzo a la transición hacia la evolución
biológica.
Lo interesante de la hipótesis es
que es la primera en la cual aparece el concepto de evolución química para expresar esa serie de cambios que, de
manera natural, condujeron de las moléculas orgánicas simples hasta formar
estructuras autónomas, es decir, que se daría en una serie de gradaciones, y no
“de golpe” los primeros entes vivos; otro punto de vista interesante es que las
condiciones ambientales que impone la hipótesis no son sólo aplicables a la
Tierra, sino podrían ser aplicables a otros mundos con composición similar. Los
gases y las fuentes energéticas que se requieren son comunes en otros
rincones del universo, por lo que debemos pensar que no hubo ninguna condición
especial que hiciera a la Tierra única para albergar vida.
La hipótesis de Oparin y Haldane
sería puesta a prueba en los años 50 por Stanley Miller, estudiante en la
Universidad de Chicago.
En 1828, Friedrich Wöhlerya demostró
que era posible sintetizar urea a partir de compuestos inorgánicos, pero los
experimentos de Miller, tutelado por Harold Urey (premio nobel) en 1953 fueron
los primeros en demostrar que la síntesis de productos orgánicos en condiciones
reductoras (como las que posiblemente reinaban en la Tierra primitiva) era
posible. En un matraz colocó metano, amoniaco, hidrógeno y agua que puso a
hervir; En el "circuito atmosférico primitivo" se generaron descargas
eléctricas, simulando los rayos; los compuestos que se formaron se depositaron
en el fondo del matraz, donde se recogían las muestras de las moléculas
formadas (Imagen 1).
Imagen 1: El experimento de Miller y Urey. |
El análisis reveló la presencia de
compuestos orgánicos diversos, fundamentalmente aminoácidos, los bloques
constitutivos de la vida terrestre. Algunos absolutamente familiares para los
biólogos como, la Glicina, la Alanina o el Ácido aspártico. También se pueden
obtener otros tipos de moléculas orgánicas variando las condiciones
experimentales; por ejemplo, el bioquímico catalán Joan Oró demostró que cinco moléculas de HCN (ácido cianhídrico) podía generar adenina, una de las cuatro “letras” presentes
en los ácidos nucleicos.
En el experimento original de
Miller, la única preocupación fue la obtención de compuestos orgánicos, pero, para avanzar en la complejidad de estos estudios se requieren recipientes adecuados, dónde interaccionen las moléculas, que reflejen más
fielmente las condiciones naturales.
En la reconstrucción del fenómeno del origen de la vida, también nos puede ayudar, el estudiar la
biología terrestre mediante los estudios filogenéticos de moléculas altamente
conservadas en los seres vivos. La vida terrestre desciende toda ella de un
único antepasado común universal (conocido como LUCA) y aunque, la vida
terrestre ha cambiado mucho desde sus inicios, la maquinaria biológica es
algo así como una ciudad, todas las evolutivas tienen que funcionar
acopladas a la historia previa de los organismos. Desde una
posición externa, podríamos pensar en que sería mejor rediseñar todo el
entramado celular para mejorar al organismo en vez de “ir poniendo parches”, sin embargo, los seres vivos tienen una historia evolutiva que les condiciona,
puesto que el conjunto ha de funcionar y aunque “mejoremos” algún componente,
no podemos partir de cero cada vez. Toda esa contingencia histórica ha definido
que toda la vida terrestre que conocemos utilice, por ejemplo, a los ácidos
nucleicos como transmisor de la información hereditaria, que se posea un
metabolismo central comunes o que haya una bioenergética común.
Escrito por José Jordán Soria
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